
Se suele tardar unos segundos en volver a la realidad, en darte cuenta que ya has apagado la música y que has parado el motor del coche. Allí estás aparcado en la playa observándolo todo.
Es en ese preciso momento cuando sales del coche y lentamente, como disfrutando de cada paso que das, te acercas a la arena para ver la situación del mar...y allí te quedas unos minutos, mirando como rompen las olas, notando la fuerza del viento, mirando al cielo y con la palma de la mano acariciando el viento para saber si sopla con intensidad y hace menos o más frío del que tienes.
Una vez observado, con las pupilas en tamaño XXL el estado de la mar, te das vuelta y vuelves al coche, analizas, normalmente durante ese trayecto, si es conveniente meterse, si lo que vas a hacer es una locura, un suicidio, una inmolación. Suele ser una decisión difícil; por un lado tu cuerpo te pide enfundarte el neopreno y meterte en el agua sin importar el tipo de condición, la cabeza te suele decir lo contrario, te suele infundir una dosis de miedo, de respeto, de temor. Hay días en los que te pasas debatiendo apoyado en la valla de madera si meterte o no, qué hacer. Por ahora, he hablado de lo que te pide el cuerpo, de lo que te dice la cabeza, pero el detonante suele ser el corazón. Por mucho que la cabeza te diga que es peligroso, si te das cuenta que tu corazón late más deprisa de lo habitual es por algo, a veces te juega malas pasadas y esa sesión idílica se convierte en la peor de tus pesadillas; otras, en cambio te da el empujón necesario para disfrutar de una sesión increíble.
Si uno opta, que suele ser lo más habitual, por meterse, el ritual es bastante sencillo. Básicamente podemos decir que consiste en desnudarse a la intemperie, ponerse el bañador, la lycra, y el neopreno. Tiene el plus que si hace frío, podrás escuchar quejas e improperios constantemente, amén de gritos agudos y sollozantes. Si además llueve, ponerse el neopreno puede ser una ardua tarea.
Una vez que uno se pone elegante con el neopreno, sacas la tabla de la funda, miras si la parafina es la suficiente o necesita ser limpiada y ponerle una capa nueva, guardas todo y cierras el coche; llave guardada en el neopreno o en el bañador para evitar sustos y a la arena.
En la arena uno estira y calienta, algo básico, puesto que el riesgo de calambres o de lesiones musculares es alto. Yo además tengo una pequeña manía, una vez calentado, y antes de meterme en el agua, suelo coger un puñado de arena y lo dejo caer lentamente, quedándome hipnotizado durante esos segundos, concentrándome y despejando mi mente...puede que sea una tontería pero ahí es cuando me doy cuenta que estoy respirando profundo, con las pupilas dilatadas y con una pequeña sonrisa en la cara que deja entrever que estoy a punto de hacer una de las cosas que más me gustan en mi vida.
-- FIN DEL VOLUMEN 3 --
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