
Viajo en tren, un medio de transporte que uso habitualmente, quizás demasiadas veces ya. Lo considero algo normal; lo que no es normal es que esté despierto. Tengo un don: dormirme en menos de 5 minutos una vez que me siento en cualquier medio de transporte, sea la hora que sea, sea el medio que sea. Sólo no se cumple cuando el que conduce soy yo; y por ahora no tengo pensado sacarme el carnet de conductor de trenes.
Aquí estoy sentado en este vagón, contemplando el paisaje, hace un día gris y la lluvia amenaza con hacer acto de presencia. Me gusta esa sensación, adoro estar en contacto con el agua. Lo que si es habitual es que esté con mi música a todo trapo, me ayuda a desconectar y me relaja para pensar o para dejar la mente en blanco. Suelo ir constantemente con música en mis oídos, a tal volumen que no escucho nada del exterior, me sumerge en mi mundo.
Observo también a mis compañeros de vagón, que para variar suele ir repleto. Los observo uno a uno, y me pregunto cuántas fachadas llevarán puestas ya que soy de los que piensan que todos, y recalco TODOS, llevamos al menos una fachada ocultando nuestro yo natural puesto que vivimos en una sociedad sedienta de sangre que devora a todo aquel que es débil hasta consumirlo totalmente. Los analizo uno a uno imaginándome como son realmente o como podrían ser, lo hago como un juego, me entretiene y disfruto haciéndolo.
Aún me queda tiempo para llegar a mi destino, tengo tiempo de sobra para pensar cómo serán en realidad esas personas, dejando a un lado la fachada que muestran para aparentar esa frágil debilidad.
(Continuará...)
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